“LA BIOLOGIA Y EL FUNDAMENTO NEUROLÓGICO DE LA MÚSICA.” PARTE 4.
Nos hemos acostumbrado a esta afinación temperada a pesar de sus imperfecciones cósmicas. Cuando hoy día escuchamos música tocada en temperamento justo, nos suena desafinada, aunque esto podría ser debido a la insistencia de los interpretes en cambio la clave.
El grupo de Purves de la Duke University descubrió que la gama sonora que importa y que más nos interesa es idéntica a la gama de sonidos que nosotros mismos producimos. Nuestro oído y nuestro cerebro han evolucionado para captar sutiles matices dentro de esa gama, y oír menos, o a veces nada, fuera de ella. No oímos lo que oyen los murciélagos, ni el sonido subarmónico que usan las ballenas. En su mayor parte, la
música está dentro de la gama de lo que podemos oír. Aunque algunos de los armónicos que le dan a la voz y a los instrumentos su sonido característico están fuera del alcance de nuestro oído, el efecto que producen no lo está. La parte de nuestro cerebro que analiza sonidos en las frecuencias musicales que se solapan con los sonidos que nosotros mismos producimos es más amplia y está más desarrollada; de la misma manera que el análisis visual de fisonomías es una especialidad de otra parte altamente desarrollada del cerebro.
El grupo de Purves añadió también a esta conjetura que los sonidos periódicos —sonidos que se repiten con regularidad— son generalmente indicadores de cosas vivas y nos resultan por tanto más interesantes. Un sonido que se repite puede ser motivo de recelo, o puede llevarnos a un amigo o a una fuente de alimento o agua. Podemos ver cómo esos parámetros y esas zonas de interés se reducen hacia un área de sonidos similar a lo que llamamos música. Purves conjeturó que sería natural que el habla humana influyera entonces en la evolución del sistema auditivo humano, así como en la parte del cerebro humano que procesa esas señales sonoras. Nuestras vocalizaciones y nuestra capacidad de percibir sus matices y sutilezas evolucionaron conjuntamente. Se asumió también que nuestras preferencias musicales evolucionaron con ello. Habiendo así manifestado lo que podría parecer obvio, el grupo empezó su análisis para determinar si había realmente un fundamento biológico para las escalas musicales.
El grupo grabó frases de entre diez y veinte segundos de seiscientos hablantes de inglés y de otras lenguas (chino, mandarin, en particular) y las separo en cien mil segmentos de sonido. Luego eliminaron digitalmente de las grabaciones todos los elementos de habla únicos en cada cultura. Llevaron a cabo una especie de extirpación lingüística y cultural, lo succionaron todo y dejaron sólo los sonidos que nos son comunes a todos. Resultó que, sólidamente, gran parte del material que era irrelevante en su estudio se componía de las consonantes que usamos como parte de nuestro lenguaje; los sonidos que hacemos con los labios, la lengua y los dientes. Esto dejó sólo los sonidos vocálicos, que hacemos con las cuerdas vocales, como vocales moduladas comunes entre los humanos. (No hay consonantes producidas por las cuerdas vocales). Eliminaron todos los seseos, los sonidos permisivos de las pes, y los clicks de las kas.
Continuará …
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