“Cuanto más conozco a la gente más quiero a mi perro.” ~Diógenes de Sínope
¿Por qué me gusta hablar con extraños?
Llámame loco, pero ansío esperar en línea, así como esperar a el servicio de jurado y casi doy cualquier cosa por una y otra oportunidad de darle vuelo a la lengua con la gente que no conozco. Soy sociable con la gente que opera las bombas de gasolina, mi tarjeta una vez de vacaciones la intercambie con una mujer que conocí en un tren en Guadalajara en 2001, y el otro día me pasé casi una hora entera charlando con unas hermanas gemelas de 86 años que conocí en casa del sastre mientras que arreglaba un pantalón para una boda.
Yo he sido ya de toda la vida, una persona insistente, aunque me inclino a rechazar cualquier persona que se describen así mismo de esta misma manera. Y tal vez, después de leer mi descripción, es posible que cuando aparezca frente a ti, te retires los auriculares si me ves yendo en tu dirección. Pero escúchame: Levantar la cabeza e involucrarse conmigo o con quien pasa o esta de pie al lado mío, creemelo vale la pena.
En primer lugar, nunca se sabe cuándo vas a obtener valiosos consejos. Las gemelas de 86 años, por ejemplo, me aconsejaron tener cuidado y también como quedar bien con la futura esposa de mi hijo (siendo soltero yo, así que el consejo lo voy a poner en el archivo por lo pronto). Y cuando salí de la sala de montaje del sastre, jugueteando con mi pantalón, dijo una de ellas, “Juventud divino tesoro” viniendo de una octogenario encorvada -con sus palabras- me sentí como con una llamada de atención para disfrutar de mi juventud.
¿Por qué no me gusta hablar con extraños?
Absolutamente repugnante. Así es como yo describiría a alguien hablador en encuentros con gente que no conoces. No es que yo sea hostil. Todos los días, tengo intercambios agradables con extraños y conocidos ⎯ creo que es suficiente-; un entusiasta “¡Buenos días!” o un amistoso “Que tengas un buen día!” estos momentos son afirmación de la vida. Y afortunadamente breves.
Pero sobre la marcha las actualizaciones de la gente que he conocido apenas se me resbalan. Me siento obligado a responder por la emoción genuina, prestar atención real (Soy el peor actor del mundo, por lo que, si fingí indignación o preocupación. Sería vergonzosamente obvio.). Eso significa que por fuerza tengo que parar lo que estoy haciendo y me obligo a concentrarme. El extraño sentido de mi concentración de rayo láser y entrar en detalles, hasta con eso -aún mayor-, hasta que me siento atrapado como una rata en una jaula.
Recientemente, una mujer cuyo nombre no podía recordar me arrinconó en la tienda, y luego dejo soltar su lengua con la historia de la infidelidad de su marido. Estoy seguro que el desahogo la hacía sentirse mejor. Pero todo para lo cual yo me había preparado, era solo salir a comprar pasta de dientes, y toda la tarde me quedé reflexionando sobre su corazón roto, por el resto del día.
Prefiero espléndido aislamiento mental. Cuando estoy en mi cabeza, mis pensamientos se convierten en ideas concretas y las ideas se convierten en proyectos de trabajo. Se podría decir que el silencio es esencial para mí.
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